La inspiración

Hoy dejamos de lado la Serieteca para abordar un tema que llevaba un tiempo queriendo tratar: la inspiración.

Una pregunta muy recurrente a cualquier persona cuyo trabajo necesite un proceso creativo, y que en alguna ocasión me han hecho, es esa de “¿Y de dónde sacas la inspiración?” Suele ser una pregunta que nos coge a todos desprevenidos y cuya respuesta suele ser un escueto “No sé, simplemente te viene”, que generalmente tomamos por válida, pero a lo cual llevo tiempo dándole vueltas.

Aunque antes de profundizar más en ello, vayamos al origen de la palabra. Como todos sabréis llamamos inspirar a ese acto de llenar con oxígeno los pulmones en contraposición de la expiración, es decir, expulsar el dióxido de carbono que no necesitamos para vivir. Este mismo significado es el que hizo que ya en la antigua Grecia se acuñara el término “inspiración” como asociación al brote de creatividad. Para los griegos suponía un estado de éxtasis en el que la divinidad exhalaba esa creatividad directamente desde sus pulmones hasta los del artista, poetas en este caso. No es de extrañar esta asociación de ideas, pues los oráculos realizaban sus predicciones “inspirados” por los vapores volcánicos de las cavernas a los cuales otorgaban un origen divino.

Con el paso del tiempo fue asociándose a un proceso natural más patente en determinadas personas, como un don que hace que uno sea más o menos creativo, algo seguramente más cercano a la idea que podamos tener hoy en día de ese proceso creativo. Más recientemente y con la aparición de la psicología conseguimos localizar la inspiración en la psique humana, tratándose de procesos desarrollados en el subconsciente del artista.

Sea como fuere, tradicionalmente se ha asociado la creatividad a un proceso prácticamente azaroso donde la implicación directa del creador es relegada a un segundo plano. Sí, aceptamos que existe una sensibilidad mayor en determinadas personas a la hora de tener ideas, pero seguimos aceptando que es una técnica involuntaria donde las musas siguen teniendo un papel fundamental. Mi pregunta es, ¿realmente somos tan ajenos a ese proceso?

Seguramente hace unos años mi respuesta hubiera sido un simple sí. Las ideas aparecen prácticamente sin más en nuestra cabeza y a partir de ahí es donde realmente comienza nuestro trabajo. Pero con el paso de los años me he ido haciendo consciente de cómo se desarrolla esa inspiración en mi cabeza. Me he dado cuenta de que se trata de un proceso activo en el que la mente, que nunca deja de trabajar, procesa todas las cosas que vemos, oímos, sentimos, y en ocasiones las convierte en ideas únicas y originales. A veces tengo la sensación de que se trata de una conversación entre nuestro subconsciente y nuestra consciencia en la que, trabajando mucho, podemos hacer surgir dicha inspiración y donde creo que tiene más peso la capacidad imaginativa de una persona que una mayor sensibilidad a la inspiración divina.

Pongamos dos ejemplos, uno genérico y otro personal. Estás en la calle y ves pasar un coche muy rápido saltándose un paso de cebra en el que una persona espera para cruzar. Si tu mente es imaginativa de inmediato empezarás a dibujar posibles escenarios que podrían haber ocurrido: La persona había empezado a cruzar, pero se aparta a tiempo y recrimina al conductor su actitud, la persona es atropellada y el conductor se da a la fuga, para evitar llevarse por delante al peatón el conductor tiene que hacer una maniobra evasiva y acaba sufriendo un accidente.

¿Alguna vez has sido consciente de un proceso de este tipo en tu cabeza? Para mí ese es el germen de la inspiración. Lees algo en un libro o en un periódico, escuchas una conversación, presencias cualquier cosa mientras trabajas o viajas en el autobús, y tu mente comienza a trabajar sobre eso que acabas de vivir. Con tu experiencia, ideales, vivencias… le vas dando diferentes formas y enfoques que a veces, y solo a veces, se convierten en la semilla de una idea.

Vayamos al segundo caso, al personal. Es un tema que ya he tratado con anterioridad, pero del que volveré a hablar porque fue la primera vez que fui consciente del proceso creativo en mi mente. Viajando en metro tenía los cascos puestos y algo de lo que escuché en una canción me hizo ponerme a pensar en la reciente pérdida de un ser querido. Comencé a darle vueltas a tal hecho tan terrible, recordando a todas aquellas personas a las que había perdido, y aquellas que habían sufrido personas cercanas a mí. “Vaya absurdo es esto de la vida” -pensé- “Venimos al mundo a morir, y a ver morir”. Y poco a poco empecé a desarrollar toda una teoría en mi cabeza. Conforme más la iba desarrollando, más me iba dando cuenta de que le estaba dando forma a una especie de manifiesto. Saqué mi móvil y empecé a hacer un boceto rápido de las ideas clave que había tenido para poder plasmarlo sobre el papel cuando llegara a casa.

Bajé del tren en mi estación y comencé a andar hacia la casa de mi novia dándole vueltas a qué podría hacer con todo aquello. No podía escribir un relato, ni un cuento, ni nada parecido. Como ya he dicho me parecía un manifiesto, y me parecía algo que se alejaba mucho de mi campo de confort como incipiente escritor que me consideraba. ¿Y si lo colgaba en Internet tal cual? ¿Y si se convertía en viral (por aquel entonces no se utilizaba este término, pero nos sirve para entender mejor lo que pasaba por mi cabeza) y la gente se daba cuenta de que lo que decía era verdad? ¿Y si eso acababa provocando toda una crisis moral y de valores en nuestra sociedad? “Vaya tonterías tienes…” -me volví a decir- “pero… ¿Y si lo que tienes es una idea para algo más grande? No un relato, ni un cuento, ¿Y si acabas de tener una idea para una novela?” Y así fue, muchos años más tarde, pero así fue.

Con el paso del tiempo he seguido teniendo ideas completamente “espontáneas”, pero cada vez he ido siendo más consciente de cómo se ha desarrollado ese proceso al que llamamos inspiración en mi mente. ¿Qué quiero decir con esto, que es algo que podemos controlar? No, ni mucho menos. Creo que sigue existiendo una gran carga de azar en todo esto, ya sabéis: la idea justa en el momento preciso. Lo que realmente quiero transmitir es que la inspiración no es un hongo que nace porque sí en determinadas condiciones, sino que se trata de algo maravilloso de lo que podemos formar parte de forma consciente, la importancia de desarrollar nuestra imaginación, de tener un diálogo constante en nuestra cabeza que nos ayude y guíe, de la necesidad de empaparnos de todo lo que podamos: libros, películas, juegos, vivencias… aprender a absorber toda la información que podamos y que nos ayude a darle forma a cosas nuevas.